Diseñado a muy temprana edad, en una mente inocente. Lugar donde se materializó y elevó altivo sobre el desierto. Creado de la nada, forjado con los mismos granos sobre los que descansa, se convirtió en la mirada del progreso.
Con el tiempo, conoció a su enemigo. Esta vez, no se trataba de los malvivientes del agua y el viento: fue su mismo simbolismo el que se convirtió en verdugo. Y el tiempo, tiempos sin progreso. Segundos de fracasos, noche de duelo. Cada grano marchito se fundió en el desierto, no para morir, sino que para volver a empezar.